lunes, 12 de mayo de 2014

Vega (Piedra Ámbar)

Permítame, primero, regalarle la obra que escuchará en el transcurso de su lectura.


Como no podía ser de otra manera, aquel día fue único mas no diferente. Sin duda fue especial pero las estrellas no brillaron más por ello. Quizá usted no lo crea, y no espero que vaya a hacerlo, pero puedo asegurarle que esos días existen. Aunque pueda contarlos con los dedos de una mano, yo he visto sonreír a las estrellas más de lo habitual. ¿Con estos ojos?, cualquiera sabe, en todo caso no nos centraremos en esto.

Voy a ahorraros los preámbulos, empiezo a narrar en el momento en el que los pianos comenzaron a sonar. Cuando aquella criatura emergió llenando el vacío que reinaba en el ambiente. Ella sabía que la distancia, si se compartía dejaba de poder llamarse distancia, ella sabía convertirla en momentos deliciosos. Pero quien juega con la distancia, lo hace con un arma de doble fijo. Tan bueno era compartirla como malo que me separase de ella. Supongo, lector, que habrá usted imaginado la distancia como una gran cantidad de tierra que es muro entre dos personas, y desgraciadamente, no funciona así.

A veces son solamente escasos centímetros que hacen distar más dos puntos entre sí que un océano. Otras veces la distancia es el tiempo. Sin duda alguna, la distancia más larga es el miedo. Doy mi palabra.

Las metáforas me regalan el silencio, así que olvidemos la vida real por un momento y hablemos de todo sin decir nada.

"[...] era muy de ciudad. Su fuerte nunca había sido enfrentarse a las situaciones, si tenía que caminar hacia algún lugar, prefería dar un rodeo a subir unas simples escaleras. Él tenía miedo de caerse. Hasta el momento, siempre había a todo destino que hubiera querido alcanzar.

Aquellas vacaciones no fue tan simple, después de tantos libros leídos en los que se mencionaba aquella piedra ámbar supo que su objetivo sería obtenerla, a toda costa. Sabía que las cosas no serían fáciles, al igual que sabía con exactitud dónde y cómo encontrarla. La tortura estaba en el camino hacia ella.

El dónde estaba es algo que no nos incumbe, pero imaginemos el camino. Formado por maleza, ríos, tierra, cumbres y por qué no, también escaleras. Él estaba dispuesto a alcanzar esa piedra que tantas noches le dejó sin dormir. Con la que tantas otras había soñado.



Pasaron los días, los meses, los años y él aún era joven, la esperanza le hacía levantarse todas las mañanas y volver a continuar hacia su destino. Me gustaría relatar las aventuras que por el camino vivió, pero quizá aún no sea el momento.

Tras muchos años, empezó a ver cada día más cerca el final de su vida, su querido ámbar aún no se encontraba en sus manos y el camino se hacía cada vez más intransitable, y no precisamente por su trazado, sino por el miedo a cruzar que dominaba a nuestro protagonista.

Así pues, y rozando el final de su vida tuvo que decidirse a alcanzarla. El deseo le dio fuerzas y aquel año llegó al bosque que la custodiaba. La aventura había llegado a su fin. La tomó en sus manos y la miró con angustia, aquella fuente del conocimiento de la que tanto se había escrito no era más que, eso, un pedazo de piedra ámbar. Nada mágico. Ningún poder.


Cuando quiso darse cuenta de todo lo que realmente la piedra le haría saber lo había aprendido en el camino, fue demasiado tarde. El tiempo nunca perdona, los años pasan y la vida se extingue. Tal y como aquella fría tarde lo hizo la de nuestro protagonista."

Queridos lectores, nuestro protagonista vivió con miedo, y aunque consiguió la piedra, lo hizo demasiado tarde. Han de saber, que aún así, pudo sostenerla en sus manos por un tiempo y sentir, aunque tarde, la paz y plenitud que alguien que busca algo y lo consigue, puede llegar a alcanzar.

domingo, 11 de mayo de 2014

Vega (La Maldición del Cáliz)

Él, no pudo anticiparse a lo que aquella tarde de verano sucedería. No fue consciente de lo que estaba a punto de cometer.
Aquello no fue mejor, ni peor. Fue abrir su fuente de la felicidad y la caja de Pandora al mismo tiempo. Aún así, fue irreversible. Jamás pudo imaginarlo, cómo algo tan simple podría convertirse en su cáliz del bien y el mal, aquello que le proporcionaría los mejores momentos de su vida. También los más crudos.



Pero la historia, como es de esperar, no termina aquí. Por qué no, cogió el cáliz con curiosidad y lo miró como algo nuevo, único, lleno de poder. De ese poder que todos necesitamos de vez en cuando. Quiso conocerlo, saber qué secretos escondía en la esencia que contenía y bebió de él.

Bebió tanto de esa adictiva sustancia que empezó a echar de menos su sabor cuando no la tenía, a saciarse hasta el aburrimiento cuando podía beber de ese maldito cáliz.

Pasó el tiempo, aborreció ese líquido. Guardó el cáliz lo más lejos que pudo de sí, aunque como es lógico, aún no había olvidado qué contenía. Los días pasaron y mil vicios sustituyeron al contenido de aquella copa. No estaban mal, ni sabían igual.

Sin esperarlo, una mañana tuvo sed. Una sed que había estado amordazada en su memoria, necesitaba volver a beber aquella sustancia del demonio. Fue fácil encontrar el cáliz, cuando lo hizo, lo encontró vacío. Dedicó desde entonces incontables tardes a contemplarlo, a arrepentirse de haber dejado que se secara. Fue tanto el tiempo que lo miró que no pudo evitar el recuerdo de los sentimientos que encontraba al embriagarse con aquel néctar.

Entonces, sintió cómo el cáliz volvía a llenarse, cada recuerdo, cada sonrisa, quizá también cada beso, habían permanecido intactos en la memoria de aquel ente mágico que ahora volvía a atormentarlo. Pues aún era consciente de sus devastadores efectos. Pero como yonqui a la cocaína, él lo era al jugo maldito que ahora, llenaba de nuevo el cáliz en el que, quizá, nunca debió mojar sus labios.

Ahora, el miedo posee su alma. El miedo de volver a beber, de volver a ser un adicto. De volver a ser feliz.


jueves, 8 de mayo de 2014

Vulgar, grosero, maleducado. Algo docto.

Senza preamboli. Mierda sería la palabra perfecta si tocara definir aquello que cualquier cosa, circunstancia, persona o hecho fuera lo indicado. Incluso usted, piltrafa (más concretamente, mierda).
Ser que malgasta su insignificante y vulgar tiempo en la lectura de mierdas que aun adoptando el mismo adjetivo que su persona, superan con creces, en aroma, gusto y calidad la bazofia de la que pueda, con muchísimo orgullo, presumir.

Insatisfecho aún de asediar sus probablemente minúsculas ganas de continuar la lectura de estas líneas ya clasificadas en la categoría “mierda”, le insto a continuar haciéndolo pues lo que viene a continuación tiene desperdicio, pues en este caso, la negación me sabe a mierda.

Intentando disipar los instintos más agresivos y primitivos de quien escribe, gusta trazar estas líneas haciendo ver cómo él muere de asco, padece de náuseas y vómitos sólo de pensar que lo que le rodea existe. Que como tal, es una mierda.

Es mierda, ergo existe.

Cierto es que a medida que las letras van sucediéndose, el gusto a mierda y odio de las palabras que éstas forman empieza a desaguarse a través de los dedos de un servidor. Quien sin más ánimo que el de entretenerse, dedica su valioso tiempo a librarse de la hedionda substancia que ronda sus entrañas. Valiéndose, cómo no, de la palabra. Ésta que en los tiempos que corren, esencia de mierda. En el pretérito, manjar de las mentes. Tanto propia de aquellas que masturban su anhelo de conocimiento con hojas de sapiencia como cuales depositan las heces de su inquina en amarga sátira.

Éste literato, mente insana, prefiere con creces defecar sobre la presente oda. A la mierda. A la mierda la oda, quizá simplemente “Oda a la mierda”. Nunca sabrán, qué más da.


Gracias, Cela.


Nota del autor:

Estimado lector, si, aún, tras haber puesto en conocimiento el hecho de que estaba usted perdiendo el tiempo al leer este vacío mensaje ha decidido continuar y en algún momento ha llegado a percibir ese detalle o a sentirse ofendido, está usted en lo correcto. Ésta Oda a la mierda, es también, una mierda. Si no le gusta, siento reincidir en que está perdiendo el tiempo, que aunque no es, para mí, valioso, quizá usted pueda hacer algo de provecho con él, aunque dudo que algo más provechoso que ésta lectura pueda, tan siquiera, existir.

No me llame narcisista, llámeme guapo.

D. Pérez.