jueves, 11 de diciembre de 2014

Aquellos minutos de melancolía

Una sensación única. Soy plenamente consciente.

Ese puto día en el que de una jodida vez tienes la certeza de que todo ha terminado. Ese maldito día en el que todos tus planes se han ido a tomar por el culo, aquel en el que sabes que incluso tu rutina ahora es diferente.

Si hay una mísera sensación que merece la pena vivir en la vida por encima de todas las demás es esta.  Darte cuenta de que ya no tienes que decir te quiero a nadie por la mañana y que no te importe una jodida mierda.

Que a ratos te importe y degustes el amargo sabor de la derrota, esa dulce presión en el pecho, arrepentirte de tus malas decisiones mientras te preguntas por qué coño te ha pasado eso, a ti.

Cuánto disfruto sintiéndome impotente, golpeándome con la realidad y respirando esa mierda que tanto me gusta, ese vacío repugnante, lleno de asco.

Lo echo de menos.

viernes, 10 de octubre de 2014

Positive climb, gear up.

-No logro comprenderte. ¿Por qué actúas como un kamikaze que aun conociendo su final decide seguir a su escuadrón?




-Es curioso, si te pregunto por qué no hay una hoja escrita en tu diario el mismo día de hoy en el año pasado, me responderás que fue un día normal y corriente, un día como los demás.
En cambio, si te pregunto por qué ansías volver a esos días, sabrás mejor que nadie qué añoras de aquellos jóvenes viejos tiempos.
Entonces..., entonces ambos nos daremos cuenta de que sabíamos amar, de que podíamos volar, y que aún así, nunca tuvimos el valor de despegar. Amigo mío, ¿qué habría pasado si yo no hubiera saltado al vacío?.
La respuesta es simple, ahora estaría vivo. Vivo y vacío.
Vacío por el deseo frustrado de no haber intentado ver la tierra desde las nubes.

Elegí morir en paz y así lo prefiero.

sábado, 27 de septiembre de 2014

¡Cuanto peligro!

Aquella tarde me preguntaste por qué no me dejaba amar, llegó la noche y no dormí.


Me era imposible dejar de pensar en qué me había distraído de la vida hasta tal punto. Puede que aquella noche encontrara la respuesta, nadie lo sabe.

Sin embargo, estuve seguro de algo, el miedo era palpable. ¿Quién soy yo para obviar algo tan simple?, obviar aquello que existe para protegerme sería irracional, o al menos lo debió ser hasta entonces.

 Amaneció, las nubes formaban un gran techo gris y una ligera lluvia acompañaba aquella escena. Sentí ese extraño vacío, de haber tocado suelo milímetros antes de llegar a la cima. Sorprendente, quizá eso fuera realmente la cima. Ser consciente de lo infranqueable que es la realidad, esa que hace imposible tomar dos caminos al mismo tiempo, la que decide el desenlace del resto de tu vida en base a pequeñas decisiones.

¡Qué injusto!, jugar. Jugarse al azar el destino, tratando de elegir lo mejor posible esa opción que marcará el futuro. Condicionarte, en cierta medida, arriesgar. ¿Arriesgar a cambio de qué? Puede ser éste un interesante punto de inflexión, en última instancia, a mayor beneficio, mayor riesgo, y un mayor riesgo implica un miedo también mayor. Esto reduce las posibilidades de obtener beneficio, pero también las de sufrir las consecuencias de un error.


El papel de la experiencia, el de haber aprendido qué riesgos merece la pena asumir y qué otros no. O mejor dicho, qué riesgos sería una locura asumir. Dime, ¿no es de por si una locura frenarse a obtener algo que se desea? "No, claro, es algo racional, un criterio seguido por toda la sociedad, tan solo tienes una vida. Piensa, reflexiona, no te la juegues.". Vaya, aun así seguiré creyendo que adaptarse a una sociedad enferma, no te convierte en alguien sano. Sin embargo, siendo consciente del error que suponen las decisiones tomadas, lo seguiré haciendo pues no hay nada tan, y tan poco racional como el miedo. El miedo a dejarse amar. En conclusión, a amar y dejarse ser amado.



-Lawr

domingo, 13 de julio de 2014

Vega (Apocalipsis, la clausura)

He de admitirlo, soy un gran apasionado de las texturas, y si existe algo que tocando he aprendido, es que aquello fue lo más áspero que jamás he tocado.

Voló suavemente a mi alrededor, sumergiéndome en ese mismo aroma que los primeros compases de cualquier renombrada obra aproximan al espectador a centrar su atención en el regocijo que les precede. Me meció en el aire, en el agua, allí fluimos junto a las corrientes. Allí volamos, y con ello recorrimos los más envidiables paisajes que cualquier ser humano podría acontecer. Sin tan siquiera movernos un solo centímetro.

La calma llegó a las aguas, nos mecía despacio, nos acompañaba en su regazo, también nos dirigía. Durante millas que parecieron años, nada cambió. Como siempre, como todo en la vida, así como sin ser evitable, aquella corriente mostró su lado más bravo. Las sombras del atardecer precedieron a la noche, la oscuridad bañó hasta el último punto de la tierra, incluso aquel lugar en el que la tormenta dejaba por instantes de existir, la oscuridad seguía vaciando las últimas líneas de luz que quedaban.

Cuando la luz no se divisaba, cuando el límite entre el cielo y el mar desaparecía, cuando la locura comenzaba a transformarse en cordura. Sólo entonces nacía la luz, la misma que le permitió ver la tormenta.

Caminó, quizá compensando las millas que en vano había recorrido, caminó. Ahora nada era simple, en el centro de la nada y con rumbo a la nada. Sólo necesitaría quién escribiera su destino. Junto a quien marcar sus pasos. Volver a navegar en un río cualquiera en una parte cualquiera del planeta tierra.


Nota del autor: Con clausura quiero decir final, quiero decir término y conclusión. Hoy Vega ha muerto, y no podré escribir más hasta que decida volver a reírse.

domingo, 8 de junio de 2014

Vega (Morfeo)

"Atardecía y súbitamente las bocas de ambos quedaron a escasos centímetros. Su sonrisa era penetrante, él no pudo resistirlo. Las comisuras de sus labios se encontraron. Acarició su cara, su pelo, sintió la más profunda satisfacción que un ser humano puede siquiera imaginar. Aquel beso terminó, aún abrazados, pues no podía abandonar tan cálida emoción. Sintió cómo en ese momento, una fuerza gravitatoria única los empujaba entre sí."
Amaneció, Vega no estaba junto a él. Aquella noche Morfeo le hizo un regalo.


lunes, 12 de mayo de 2014

Vega (Piedra Ámbar)

Permítame, primero, regalarle la obra que escuchará en el transcurso de su lectura.


Como no podía ser de otra manera, aquel día fue único mas no diferente. Sin duda fue especial pero las estrellas no brillaron más por ello. Quizá usted no lo crea, y no espero que vaya a hacerlo, pero puedo asegurarle que esos días existen. Aunque pueda contarlos con los dedos de una mano, yo he visto sonreír a las estrellas más de lo habitual. ¿Con estos ojos?, cualquiera sabe, en todo caso no nos centraremos en esto.

Voy a ahorraros los preámbulos, empiezo a narrar en el momento en el que los pianos comenzaron a sonar. Cuando aquella criatura emergió llenando el vacío que reinaba en el ambiente. Ella sabía que la distancia, si se compartía dejaba de poder llamarse distancia, ella sabía convertirla en momentos deliciosos. Pero quien juega con la distancia, lo hace con un arma de doble fijo. Tan bueno era compartirla como malo que me separase de ella. Supongo, lector, que habrá usted imaginado la distancia como una gran cantidad de tierra que es muro entre dos personas, y desgraciadamente, no funciona así.

A veces son solamente escasos centímetros que hacen distar más dos puntos entre sí que un océano. Otras veces la distancia es el tiempo. Sin duda alguna, la distancia más larga es el miedo. Doy mi palabra.

Las metáforas me regalan el silencio, así que olvidemos la vida real por un momento y hablemos de todo sin decir nada.

"[...] era muy de ciudad. Su fuerte nunca había sido enfrentarse a las situaciones, si tenía que caminar hacia algún lugar, prefería dar un rodeo a subir unas simples escaleras. Él tenía miedo de caerse. Hasta el momento, siempre había a todo destino que hubiera querido alcanzar.

Aquellas vacaciones no fue tan simple, después de tantos libros leídos en los que se mencionaba aquella piedra ámbar supo que su objetivo sería obtenerla, a toda costa. Sabía que las cosas no serían fáciles, al igual que sabía con exactitud dónde y cómo encontrarla. La tortura estaba en el camino hacia ella.

El dónde estaba es algo que no nos incumbe, pero imaginemos el camino. Formado por maleza, ríos, tierra, cumbres y por qué no, también escaleras. Él estaba dispuesto a alcanzar esa piedra que tantas noches le dejó sin dormir. Con la que tantas otras había soñado.



Pasaron los días, los meses, los años y él aún era joven, la esperanza le hacía levantarse todas las mañanas y volver a continuar hacia su destino. Me gustaría relatar las aventuras que por el camino vivió, pero quizá aún no sea el momento.

Tras muchos años, empezó a ver cada día más cerca el final de su vida, su querido ámbar aún no se encontraba en sus manos y el camino se hacía cada vez más intransitable, y no precisamente por su trazado, sino por el miedo a cruzar que dominaba a nuestro protagonista.

Así pues, y rozando el final de su vida tuvo que decidirse a alcanzarla. El deseo le dio fuerzas y aquel año llegó al bosque que la custodiaba. La aventura había llegado a su fin. La tomó en sus manos y la miró con angustia, aquella fuente del conocimiento de la que tanto se había escrito no era más que, eso, un pedazo de piedra ámbar. Nada mágico. Ningún poder.


Cuando quiso darse cuenta de todo lo que realmente la piedra le haría saber lo había aprendido en el camino, fue demasiado tarde. El tiempo nunca perdona, los años pasan y la vida se extingue. Tal y como aquella fría tarde lo hizo la de nuestro protagonista."

Queridos lectores, nuestro protagonista vivió con miedo, y aunque consiguió la piedra, lo hizo demasiado tarde. Han de saber, que aún así, pudo sostenerla en sus manos por un tiempo y sentir, aunque tarde, la paz y plenitud que alguien que busca algo y lo consigue, puede llegar a alcanzar.

domingo, 11 de mayo de 2014

Vega (La Maldición del Cáliz)

Él, no pudo anticiparse a lo que aquella tarde de verano sucedería. No fue consciente de lo que estaba a punto de cometer.
Aquello no fue mejor, ni peor. Fue abrir su fuente de la felicidad y la caja de Pandora al mismo tiempo. Aún así, fue irreversible. Jamás pudo imaginarlo, cómo algo tan simple podría convertirse en su cáliz del bien y el mal, aquello que le proporcionaría los mejores momentos de su vida. También los más crudos.



Pero la historia, como es de esperar, no termina aquí. Por qué no, cogió el cáliz con curiosidad y lo miró como algo nuevo, único, lleno de poder. De ese poder que todos necesitamos de vez en cuando. Quiso conocerlo, saber qué secretos escondía en la esencia que contenía y bebió de él.

Bebió tanto de esa adictiva sustancia que empezó a echar de menos su sabor cuando no la tenía, a saciarse hasta el aburrimiento cuando podía beber de ese maldito cáliz.

Pasó el tiempo, aborreció ese líquido. Guardó el cáliz lo más lejos que pudo de sí, aunque como es lógico, aún no había olvidado qué contenía. Los días pasaron y mil vicios sustituyeron al contenido de aquella copa. No estaban mal, ni sabían igual.

Sin esperarlo, una mañana tuvo sed. Una sed que había estado amordazada en su memoria, necesitaba volver a beber aquella sustancia del demonio. Fue fácil encontrar el cáliz, cuando lo hizo, lo encontró vacío. Dedicó desde entonces incontables tardes a contemplarlo, a arrepentirse de haber dejado que se secara. Fue tanto el tiempo que lo miró que no pudo evitar el recuerdo de los sentimientos que encontraba al embriagarse con aquel néctar.

Entonces, sintió cómo el cáliz volvía a llenarse, cada recuerdo, cada sonrisa, quizá también cada beso, habían permanecido intactos en la memoria de aquel ente mágico que ahora volvía a atormentarlo. Pues aún era consciente de sus devastadores efectos. Pero como yonqui a la cocaína, él lo era al jugo maldito que ahora, llenaba de nuevo el cáliz en el que, quizá, nunca debió mojar sus labios.

Ahora, el miedo posee su alma. El miedo de volver a beber, de volver a ser un adicto. De volver a ser feliz.


jueves, 8 de mayo de 2014

Vulgar, grosero, maleducado. Algo docto.

Senza preamboli. Mierda sería la palabra perfecta si tocara definir aquello que cualquier cosa, circunstancia, persona o hecho fuera lo indicado. Incluso usted, piltrafa (más concretamente, mierda).
Ser que malgasta su insignificante y vulgar tiempo en la lectura de mierdas que aun adoptando el mismo adjetivo que su persona, superan con creces, en aroma, gusto y calidad la bazofia de la que pueda, con muchísimo orgullo, presumir.

Insatisfecho aún de asediar sus probablemente minúsculas ganas de continuar la lectura de estas líneas ya clasificadas en la categoría “mierda”, le insto a continuar haciéndolo pues lo que viene a continuación tiene desperdicio, pues en este caso, la negación me sabe a mierda.

Intentando disipar los instintos más agresivos y primitivos de quien escribe, gusta trazar estas líneas haciendo ver cómo él muere de asco, padece de náuseas y vómitos sólo de pensar que lo que le rodea existe. Que como tal, es una mierda.

Es mierda, ergo existe.

Cierto es que a medida que las letras van sucediéndose, el gusto a mierda y odio de las palabras que éstas forman empieza a desaguarse a través de los dedos de un servidor. Quien sin más ánimo que el de entretenerse, dedica su valioso tiempo a librarse de la hedionda substancia que ronda sus entrañas. Valiéndose, cómo no, de la palabra. Ésta que en los tiempos que corren, esencia de mierda. En el pretérito, manjar de las mentes. Tanto propia de aquellas que masturban su anhelo de conocimiento con hojas de sapiencia como cuales depositan las heces de su inquina en amarga sátira.

Éste literato, mente insana, prefiere con creces defecar sobre la presente oda. A la mierda. A la mierda la oda, quizá simplemente “Oda a la mierda”. Nunca sabrán, qué más da.


Gracias, Cela.


Nota del autor:

Estimado lector, si, aún, tras haber puesto en conocimiento el hecho de que estaba usted perdiendo el tiempo al leer este vacío mensaje ha decidido continuar y en algún momento ha llegado a percibir ese detalle o a sentirse ofendido, está usted en lo correcto. Ésta Oda a la mierda, es también, una mierda. Si no le gusta, siento reincidir en que está perdiendo el tiempo, que aunque no es, para mí, valioso, quizá usted pueda hacer algo de provecho con él, aunque dudo que algo más provechoso que ésta lectura pueda, tan siquiera, existir.

No me llame narcisista, llámeme guapo.

D. Pérez.

martes, 8 de abril de 2014

Arpa Eólica - Aeolian Harp

Como todo buen concierto, el blog que ahora mismo está leyendo no empezará con una presentación. Pues él mismo se irá describiendo a medida de que usted, apreciado pero anónimo lector, vaya barriendo las presentes palabras con su crítica o simplemente curiosa mirada, la cual intentaré, aunque sólo sea por unas líneas, desviar de las habituales lecturas hacia parajes que abarquen desde lo bizarro a lo aséptico transcurriendo algunas de las sendas por las ciudades del cine y la música.

El mar de hielo, Friedrich
Es por ello, que sin más dilación nuestro participante de hoy se presenta, nada más ni nada menos, que como "Arpa eólica". Que al margen de ser también un horrible invento al cual espero no dedicar una entrada, tiene la capacidad de invadir nuestro estado de ánimo. ¿Cómo lo hace?, bien sencillo, la primera pincelada de este cuadro de aromas musicales será su tonalidad. Aunque de nada sirve pensar en La Bemol Mayor o siquiera mencionarlo cuando muchos de vosotros, si es que sois más de uno, no conoce el sabor de este desolador juego de notas.

En vista de la dificultad de expresar la desolación verbalmente, he querido ilustrar este documento con dos obras de Caspar David Friedrich que quizá sean las que más se aproximen a la sensación que puede propagar Chopin a través del alma de quien decida reproducir la obra que más adelante se pone a vuestra disposición.

Cementerio de un monasterio bajo la nieve, Friedrich
Una vez comparamos ambas obras, podremos empezar a apreciar los matices de los colores en la música, con ello podemos trasladar estos dos escenarios a una composición única que sólo da lugar a la más profunda materialización de la soledad, lo que no es más que un sentimiento con posibles pinceladas románticas pues, no olvidemos, viene de la mano de Chopin.

La ya bien citada obra comienza con un Mi Bemol que rápidamente nos coloca en disposición de subir a la montaña rusa de arpegios sobre la cual viajaremos hasta casi el fin de la sopa de notas.
Tras el estallido de esta primera percusión y con un breve crescendo surge de los abismos una sucesión de arpegios que dibujan el fondo de la obra como los fríos tonos que bañan los cielos de las dos ilustraciones que acompañan a esta entrada. Sin que este vaivén de matices termine de acariciarnos de la forma más dulce jamás vista en la música, un sinfín de notas simples, melódicas, armoniosas y agudas van clavándose como agujas en nuestros oídos, no dejándonos así caer en el perpetuum mobile que evoca el recientemente mencionado colchón armónico.

No cabe duda de que es un recurso muy utilizado a lo largo de toda la historia de la música, por no decir la base de la misma, pero me gustaría invitar al lector, a fin de finalizar este primer ensayo, a escuchar atentamente la obra, no prestando especial atención a la misma, sino dejándose llevar por el mar de sensaciones que le aseguro, le producirá. Es probable que difieran de las sensaciones que aquí he intentado materializar, pero es ese hecho el que da nombre a este blog, y como tal, espero que la inarmonía entre usted y yo pueda valer de vehículo hacia el enriquecimiento personal usando el mejor combustible que actualmente puedo ofrecerle, la música.

También quiero añadir que en ningún punto trataré de ser técnico, pues en ese aspecto, aún al margen de mis limitaciones, puede que llegara a convertir esto en algo incromprensible y de ninguna forma es mi intención convertir un espacio dedicado a las artes en una pizarra ensuciada con ecuaciones.

Así pues, finalizo presentándole a nuestra compañera de hoy, Aeolian Harp, Chopin, 12 Etudes Op.25 No.1 en distintas variantes sin ningún tipo de orden de preferencia.