domingo, 17 de mayo de 2015

Chopin y sus lentejas

"La belleza está en las cosas más simples".

Lo siento, pero para mí esa afirmación no es más que una gran falacia forjada por quienes carecen de una mínima capacidad analítica. No con esto estoy negando la existencia de cierta belleza o de matices capaces de despertar sensaciones agradables en el espectador en las cosas simples.

Te invitaría a ver el mundo a través de mis ojos si me fuera posible, pero como no lo es, lector, trataré de describírtelo. Lo cual no es precisamente simple, ¿Podrías explicarme el color azul?

Me resulta relativamente fácil leer un puñado de líneas de código y sonreír al estudiarlo, al analizar la sencilla perfección de los lazos de sus funciones, en la capacidad de síntesis de su autor a la hora de simplificar al máximo cada operación para que la ejecución sea armoniosa. Los justo y necesario para que funcione, exprimirlo hasta dejar lo imprescindible. Comentarlo. Ordenarlo.

El orden es otra de esas cosas bellísimas cuya existencia está ligada a la complejidad. Cuanto mayor es el orden, mayor la simpleza, y a su vez, irónicamente, mayor es la complejidad que entraña dicho estado no caótico.

El quid de la cuestión nace de ahí, de buscar la densidad de los procesos que han dado lugar al ordenado resultado final, y una vez eres capaz de verlos o, por lo menos, de ser consciente de su existencia es cuando puedes permitirte disfrutar de Las Cosas "Simples" y apreciar la belleza de su construcción, desarrollo o, digamos, génesis.

Los matices anaranjados del ocaso son agradables a la vista, sin embargo no serían bellos si no pudiera comprender por qué están ahí. Esto no pretende ser una clase sobre la probabilidad de que un fotón colisione contra una molécula de ozono en base a su longitud de onda y la posible desviación cromática que esto implique, así que, con estos datos, queda pendiente en su lista de tareas informarse al respecto.

Una vez divisas los andamios de loquesea que estés disfrutando, podrás afirmar que la belleza está en las cosas más simples, pues sabrás que en la sencillez reside un profundo y complejo entramado de variables que, de forma perfectamente coordinada están haciéndote partícipe de dicha "simple" eventualidad.

Afortunadamente (o no), al ser humano aún le pertenece la capacidad de poder jugar con ese complejo entramado de minúsculas variables para provocar sensaciones que, a día de hoy, sólo pueden ser apreciadas y reproducidas por otro individuo de la misma especie. Me preocupa pensar que algún día, una bella cadena de impulsos eléctricos sea capaz de encontrar la fracción exacta de tiempo durante la que tendrá que interpretar cada nota de una obra para adecuarla a mis preferencias.

Sí, soy plenamente consciente de que el coche no terminó con la bicicleta ni el ordenador con el ajedrez, tan sólo los hizo algo diferente. Quizá más especial. Lo que está claro, es que dejaron de ser lo mismo.

Sin duda alguna, el día en el que mi buen amigo HAL-9000 (premio, cinéfilos) interprete para mí el Segundo Nocturno de Chopin, lo escucharé, puede que hasta me guste. Estará tan bien hecho que ni siquiera será perfecto, sin embargo, sé que no será comparable a sentir cómo las diferencias de presión del aire gracias a las que puedo percibir el sonido son, en su esencia, la misma fuerza que un ser humano está aplicando sobre un bellísimo mecanismo.

Sí, has convertido los azúcares de unas lentejas en una forma de transmitirme el tacto de tus dedos a mis tímpanos de forma agradable. Complejidad, qué simple. ¿Te habías parado alguna vez a pensarlo?

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