Ese puto día en el que de una jodida vez tienes la certeza de que todo ha terminado. Ese maldito día en el que todos tus planes se han ido a tomar por el culo, aquel en el que sabes que incluso tu rutina ahora es diferente.
Si hay una mísera sensación que merece la pena vivir en la vida por encima de todas las demás es esta. Darte cuenta de que ya no tienes que decir te quiero a nadie por la mañana y que no te importe una jodida mierda.
Que a ratos te importe y degustes el amargo sabor de la derrota, esa dulce presión en el pecho, arrepentirte de tus malas decisiones mientras te preguntas por qué coño te ha pasado eso, a ti.
Cuánto disfruto sintiéndome impotente, golpeándome con la realidad y respirando esa mierda que tanto me gusta, ese vacío repugnante, lleno de asco.
Lo echo de menos.